Las historias de la Segunda Guerra Mundial siempre me han fascinado y de vez en cuando encuentro joyas como esta:
Durante la Nochevieja de 1942 en Stalingrado, la disciplina en el revitalizado 62 Ejército ruso se relajo y los oficiales soviéticos organizaron una serie de actos en honor de los actores, músicos y bailarinas que los visitaron para entretener a las tropas. Uno de estos artistas, el violinista Boris Goldstein, se alejo y se dirigió a las trincheras para llevar a cabo un concierto de solista para los soldados.
En toda la guerra, Goldstein nunca había visto un campo de batalla parecido a Stalingrado: una ciudad tan terriblemente destruida por las bombas y la artillería, con montones de esqueletos de centenares de caballos descarnados por el hambriento enemigo. Y como siempre, también aquí se encontraban los siniestros policías de la NKVD rusa, que permanecían entre la línea del frente y el Volga, comprobando la documentación de los soldados y disparando contra los sospechosos de deserción.
Cuando acabo, un gran silencio cayo sobre los soldados rusos. Desde otro altavoz, situado en territorio alemán, una voz rompió el hechizo y en un vacilante ruso rogo:
- Por favor, toquen algo más de Bach. Prometemos no disparar.
El mando rojo acepto la petición. Goldstein volvió a tomar su violín y empezó a tocar una Viva Gavotte de Bach. Incluso los técnicos alemanes acoplaron sus micrófonos para que la música se oyera con mayor nitidez en su lado. Por una hora y media la guerra ceso.
Por una hora y media, el infierno de la peor batalla de la historia, se coloco bajo la sombra del paraíso.