martes, enero 15, 2013

Nacer de nuevo (cuento corto)

Ella caminaba, como todas las mañanas, cargando a su nieto hasta el puesto de control. Y una vez ahí, como todas las mañanas, debía esperar dos y a veces tres horas para poder cruzar.

No importa que puesto de control era. Todos eran iguales y en todos, sin excepción, los soldados israelíes se divertían humillando y haciendo esperar sin causa alguna a las personas que debían cruzar a Israel para ir a trabajar.

Horas después, ya del otro lado, y, como todas las mañanas, un auto la esperaba para llevarla hasta una clínica infantil para que su nieto recibiera tratamiento.

Era privilegiada. La mayoría de las personas tenían que caminar kilómetros después de salir del territorio palestino.

Él, como todas las mañanas, estaba de guardia en ese mismo puesto de control.
Y al igual que los últimos dos meses (desde que lo asignaron ahí), sus compañeros golpeaban y humillaban a los palestinos que tenían que cruzar a Israel.
Les gustaba hacerlos esperar por horas bajo el inclemente sol. No importa. Debían de sufrir.

Y debían sufrir porque odiaban a esa gente. Nunca comprendió el porqué de ese odio, pero debía sentirlo porque así se le enseñó y así debía ser.
 
Sin embargo, ese día se sentía diferente. Esa mañana decidió que iba a cambiar. Ese día decidió que nacería de nuevo.

Como todas las mañanas, la miró mientras esperaba en la fila esperando cruzar.
Siempre cargando a un niño pequeño. Nunca se quejaba, nunca bajaba la mirada. Solo esperaba pacientemente su momento para cruzar, mostrar su permiso de cruce, subir a un auto e irse.

Él estaba ya en su fin de turno, sin embargo, en lugar de alejarse, caminó hacia el punto de cruce.

Iba llegando al portón cuando sus miradas se cruzaron. Ella mantuvo la mirada fija en sus ojos. No había odio. Tal vez un poco de pena por él.

Ahora que la veía más a detalle la notó más vieja y cansada de lo que usualmente se veía.

Sus compañeros comenzaron a soltar ofensas contra la mujer y tiraron sus papeles al suelo.
Rápidamente él se agachó, los tomó y se los dio en la mano. Ella los tomó, desvió la mirada y comenzó a caminar con dificultad.

Sorpresivamente, él echó el arma a su espalda y la tomó del brazo ayudándola a cruzar. Una vez del otro lado, tomó al niño y lo cargó.
Por alguna razón ella no sintió miedo.

La acompañó hasta el auto, mientras  los gritos de su superior llamándole la atención sonaban huecos y sin sentido.
Sonaban como los gritos de algún general nazi de la segunda guerra. Escupiendo odio.

No hizo caso. Simplemente siguió caminando junto a la mujer y al llegar al auto, la ayudó a subir y le entregó al niño.

Se dio media vuelta para ir a casa. Iría a descansar en su primer día, pues hoy, había decidido que nacería de nuevo.